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Infecciones urogenitales: no sólo un problema físico - impacto psicológico y social

Infecciones urogenitales: no sólo un problema físico – impacto psicológico y social

Entre las infecciones urogenitales recurrentes, la vaginosis bacteriana (VB), la candidiasis vulvovaginal (CVV) y las infecciones del tracto urinario (ITU) son las afecciones más comúnmente diagnosticadas en las mujeres.

A pesar de su incidencia nada despreciable y de sus consecuencias a menudo incapacitantes, el impacto social y psicológico que conllevan estas enfermedades está decididamente subestimado y poco estudiado. Este vacío en la literatura científica puede explicarse, al menos en parte, por el llamado ‘gender gap’, un fenómeno ya arraigado en la sociedad contemporánea y que afecta a diversos sectores, incluido el de los ensayos clínicos. De hecho, durante décadas la mayoría de los estudios científicos se han realizado con sujetos masculinos mientras que la contraparte femenina ha estado durante mucho tiempo subrepresentada en el campo de la investigación.

Además, existe un estigma social en torno a patologías predominantemente femeninas. De hecho, las mujeres son percibidas como “exageradas” en sus manifestaciones de sufrimiento, a menudo afirman que no se les ha creído, escuchado o incluso se les han ignorado los síntomas, atribuyéndolos a problemas psicológicos y considerados el resultado de una somatización. A esto se suma la reticencia y vergüenza de muchas mujeres a la hora de exponer al personal sanitario (muchas veces hombres) problemas que tienen que ver con su esfera íntima todavía considerada un tabú en diversas realidades socioculturales.

Los efectos de las infecciones urogenitales recurrentes no son sólo físicos. De hecho, estas condiciones pueden influir negativamente en las relaciones sociales y en algunos casos también pueden tener graves consecuencias psicológicas. Los resultados del estudio publicado en PLOS ONE realizado en 375 mujeres con infecciones urinarias pusieron de relieve una drástica reducción de la calidad de vida, en particular el 66,9% de las mujeres entrevistadas declararon un empeoramiento en el ámbito sexual, el 60,8% un empeoramiento de la calidad del sueño; el 52,3% tenía dificultades para realizar ejercicio físico y el 43,5% también se quejó de repercusiones negativas en el trabajo.

Dolor = estrés = inflamación sistémica

El estrés y el dolor pueden considerarse dos caras de la misma moneda: ambos representan respuestas fisiológicas esenciales para nuestra supervivencia: de hecho, nos permiten evitar conductas potencialmente riesgosas para nuestra salud preservando al mismo tiempo la integridad de nuestro cuerpo.

Sin embargo, cuando estas condiciones se vuelven crónicas, pierden su propósito positivo y tienen consecuencias desagradables. Se crea un círculo vicioso en el que el sufrimiento aumenta el estrés y el estrés, a su vez, amplifica el dolor. Nuestro organismo entra en un estado de alerta perpetua (es como si la sirena de alarma siguiera sonando en nuestra casa), resultando en una sobreestimulación de la respuesta adaptativa fisiológica (alostasis). En consecuencia, las mismas sustancias (mediadores inflamatorios, hormonas, neurotransmisores) secretadas por el cuerpo para restablecer el equilibrio inicial (homeostasis) se vuelven las principales responsables de la patogénesis de algunas afecciones clínicas, entre ellas:

trastornos de ansiedad, depresión, falta de sueño, trastornos gastrointestinales, enfermedades cardiovasculares y enfermedades autoinmunes.

Eje intestino-cerebro

El eje intestino-cerebro se define como una red de conexiones que permite la comunicación bidireccional entre el intestino, más precisamente el sistema nervioso entérico, y el cerebro, o más bien el sistema nervioso central. El intestino, también llamado segundo cerebro, es en realidad un lugar de integración y procesamiento neuronal. El sistema nervioso entérico que inerva el tracto gastrointestinal tiene una vasta herencia neuroquímica, comparable sólo a la del sistema nervioso central. Las células de ambos sistemas utilizan los mismos mediadores químicos como la serotonina, la dopamina, la noradrenalina y el ácido gamma aminobutírico (GABA). En particular, la serotonina, un neurotransmisor que desempeña un papel importante en la regulación del estado de ánimo, es producida en un 95% por células enterocromafines distribuidas a lo largo de la mucosa intestinal.

La armonía de comunicación entre el intestino y el cerebro está garantizada por una composición microbiana intestinal equilibrada y la integridad de la mucosa intestinal, sin embargo hay situaciones en las cuales esta densa red de intercambios neuroquímicos se ve comprometida, condicionando las respuestas fisiológicas.

Las infecciones que afectan al tracto urogenital suelen estar relacionadas con una alteración de la microbiota y no es infrecuente observar comorbilidades con problemas intestinales, como el síndrome del intestino irritable (SII), las enfermedades inflamatorias intestinales (IBD), el sobrecrecimiento bacteriano intestinal (SIBO) y el síndrome del intestino permeable. Las condiciones que pueden alterar la integridad del epitelio intestinal provocan malabsorción de elementos esenciales con relativa deficiencia orgánica, reabsorción de sustancias tóxicas, proliferación y posible invasión de bacterias patógenas, debilitamiento del sistema inmunológico.

Las mujeres que padecen crónicamente infecciones bacterianas o fúngicas suelen ser sometidas a terapias repetidas y prolongadas con antibióticos y/o antifúngicos que no hacen más que empobrecer aún más la microbiota intestinal, alterando su equilibrio fisiológico.

En estas situaciones, la comunicación neuroquímica entre el intestino y el cerebro se ve comprometida y las repercusiones en el bienestar psicofísico pueden ser importantes. Una microbiota alterada y una barrera intestinal dañada pueden permitir la translocación bacteriana, mayores niveles de citocinas proinflamatorias locales y sistémicas, así como una liberación alterada de serotonina y otros neurotransmisores. Estos procesos pueden inducir cambios en la transmisión aferente, lo que resulta en una disfunción de la señalización desde el intestino al cerebro. A largo plazo, esto puede conducir a una desregulación de los circuitos cerebrales para procesar y modular el dolor, el estado de ánimo y los ritmos de sueño-vigilia, creando así un círculo vicioso de interacciones e intercambios neuroquímicos desadaptativos entre el intestino y el cerebro.

Las infecciones urogenitales recurrentes no tienen repercusiones exclusivamente físicas sino que también pueden tener graves consecuencias a nivel de salud mental y social. En primer lugar, obtener un diagnóstico correcto y oportuno es fundamental para darle un nombre a la patología que padece, superar el estado de incomprensión e iniciar un abordaje específico y dirigido a la condición diagnosticada. El enfoque ideal de las infecciones urogenitales crónicas debe incluir un enfoque personalizado y multidisciplinario construido en relación con la historia clínica de cada paciente y la evaluación de las pruebas diagnósticas, considerando también los factores predisponentes y precipitantes.

Por tanto, los puntos clave del abordaje estarán dirigidos a:

  • reducir o prevenir los factores predisponentes y precipitantes
  • actuar decisivamente sobre el componente bacteriano, fúngico o inflamatorio, previniendo episodios recurrentes
  • restaurar el equilibrio fisiológico de la flora bacteriana garantizando al mismo tiempo la integridad de la pared intestinal
  • reducir (cuando esté presente) la hipertonicidad de los músculos del suelo pélvico
  • actuar sobre los trastornos psicológicos y sexuales y sobre las repercusiones sociales del síndrome doloroso con un enfoque multidisciplinar que implica el apoyo del médico ginecólogo/urólogo con otras figuras profesionales

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